Evaluar el modelo educativo: un proceso necesario para la transformación educativa

 

Evaluar en educación es ante todo un instrumento de mejora, dado que permite identificar, conocer y profundizar una realidad educativa determinada. La evaluación busca resultados tangibles, identifica prácticas docentes y ayuda a tomar conciencia de lo que se hace para, posteriormente, diseñar posibles soluciones y asumir acciones planificadas que permitan subsanar aquellas falencias, trabajar las mejoras, mantener aquello que sí funciona y enfrentar las dificultadas identificadas. La evaluación facilita la toma de decisiones y ajusta los cambios, dado que proporciona datos e información relevantes para avanzar y garantizar las promesas educativas que recaen sobre las instituciones educativas.

Hasta aquí no hemos dicho nada nuevo, sin embargo, creemos que se ha caído en la tendencia de reducir la evaluación a los resultados de aprendizaje sin tener en cuenta el proceso y todo aquello que interviene en la organización de lo educativo para que el aprendizaje suceda. Tenemos la percepción de que en nuestros días se habla de la evaluación solo respecto a los resultados de la escuela, además con cierto (o mucho) desconocimiento, o, lo que es más preocupante, sin tener en cuenta la complejidad de los contextos y de la tarea educativa en sí. Cada semana encontramos en los diarios alguna noticia que recrimina y pone en cuestión el sistema educativo a partir de los resultados de algunas pruebas estandarizadas y se recurre rápidamente a la comparación entre unos países y otros, entre regiones o entre escuelas, sin más afán que el de la competición y conseguir los primeros puestos en los ránquines. Dichos análisis críticos aparecen para señalar a quienes no cumplen o “hacen mal” la tarea de educar o a quienes no “aprenden bien”, un análisis de causa y efecto reducidos y desde una óptica muy centrada en la didáctica.

Frente a ello, tal vez habría que preguntamos por el para qué y por qué abrimos las aulas cada día; ¿qué está sucediendo en esas aulas?, ¿qué prácticas educativas se llevan a cabo y cómo?, ¿qué buscamos y cuál es el sentido educativo de nuestro trabajo docente?, ¿se trabaja en función de un perfil de persona?, ¿qué opciones metodológicas y curriculares se han asumido?, ¿qué elementos facilitan o dificultan la concreción de unas buenas prácticas?, ¿qué necesidades tienen la organización escolar y las personas que la conforman? En definitiva: ¿disponemos de un modelo educativo?, ¿cuál es?, ¿lo conocemos?, ¿lo evaluamos?, ¿es compartido?

La realidad educativa en nuestros días es muy compleja, además, cada contexto y cada organización es diferente, por tanto, no podemos utilizar una sola fórmula para evaluar todo lo que en el espacio educativo sucede, primero porque es imposible y segundo porque resulta poco serio, dado que debemos primero conocer a cada institución educativa y para ello tendremos que pararnos y comenzar a revisar y preguntarnos por el modelo educativo que soñamos y por el que tenemos. En este sentido, en Reimagine Education hemos apostado por la evaluación del modelo educativo a partir de evaluaciones externas relativas a innovaciones asumidas, a programas específicos de transformación, evaluación del perfil de salida del alumnado o bien haciendo evaluaciones de proceso de aquellas instituciones a las que hemos acompañado en el diseño de la innovación hacia la transformación. Llevamos ya más de 25 evaluaciones a diferentes universidades y escuelas de América Latina, España, Andorra, Francia y Portugal.

Estas evaluaciones de modelo educativo nos han ido regalando la posibilidad de acercarnos y conocer, desde dentro, el trabajo de cada institución educativa, y podemos asegurar que hay muchos equipos haciendo cosas muy interesantes y de forma seria y comprometida con la educación. A la vez, este proceso permite comprender aquello que se necesita y profundizar en una mirada pedagógica que permita la sostenibilidad de los procesos de cambio e innovación, dado que obtenemos información de primera mano del alumnado, del profesorado, de los equipos directivos y de las familias. Es decir, accedemos a tener una visión completa de los directamente implicados en la educación.

Así pues, la evaluación del modelo educativo o de las innovaciones incorporadas en la institución, permite no caer en la falacia de atribuir los resultados positivos o negativos a un solo aspecto, como la falta de formación del profesorado, la incidencia de los índices de inmigración, la infraestructura o los métodos de enseñanza, sino que pretende comprender un fenómeno y sus actores para buscar posibles caminos a recorrer y asumir como parte de un proceso de aprendizaje de las propias instituciones educativas. Es por ello por lo que “entendemos la evaluación como la piedra clave, el verdadero motor de mejora educativa, puesto que informa de los avances a reforzar y mantener, y de los que no funcionan y hay que modificar”. La evaluación permite crear una visión común y ayuda a definir y repensar las líneas educativas básicas, las opciones metodológicas, las opciones curriculares y todo ello debe responder a un engranaje de relaciones y de condiciones que favorezcan el cumplimiento del perfil de persona que deseamos educar.

En conclusión, evaluar el modelo educativo es un proceso necesario para la transformación educativa porque se convierte en la brújula que permite crear espacios de reflexión y hacer coherentes el tiempo, la energía y la inversión aplicada con el proyecto institucional, a la vez que lo compromete con una verdadera transformación educativa. ¿Evaluamos?

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